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El festival se llevó a cabo el fin de semana en Tecnópolis.

Masters of Rock: la vigencia de los Dioses del Metal

Por Mariano Martín

La apertura que más o menos tenía pensada para esta crónica se vino abajo cuando a eso de las 20.30 la organización informó que el show de Scorpions se suspendía por una laringitis que afectaba al cantante Klaus Meine, apenas unas horas antes del horario previsto. Cayó como un mazazo y algunos, dicen, vieron a muchos irse después del anuncio.

A la distancia, el clima tempranero lógicamente contrastaba con la noticia que iba a sacudir la noche. Cuando las puertas se abrieron al mediodía el sol abrazaba con ganas a todos los metaleros que vestidos de negro desafiaban la premisa de “ropa clara cuando hace calor”. La identidad estaba por sobre la temperatura.

Había que caminar mucho (bah, muchísimo) desde el acceso de General Paz hasta los dos escenarios mellizos, uno al lado del otro, que ya empezaban a cobijar a las bandas argentinas que tenían la misión de abrir la jornada: entre las 13 y las 14 sonaron Renzo Leali, La Carga, Tándem y Against. Más tarde, Entre el Cielo y el Infierno, Horcas (un clásico que le mete toda la garra a este tipo de conciertos) y el stick de OnOFF, completaron la extensa y variada grilla nacional que dejó bien arriba a nuestro metal en medio de tantas figuras internacionales.

Puntualmente a las 15:35 Opeth subió a escena para desplegar durante casi una hora todo su metal/rock progresivo virtuoso y preciso, junto al excelente buen humor del cantante Mikael Akerfeldt (“hola Paraguay…mentira, es broma, sé dónde estoy” o “gracias por cocinarse junto con nosotros a esta hora”).  Después Qüeensryche trajo los clásicos de Operation: Mindcrime junto a un set a pura potencia y la voz de Todd LaTorre en un nivel altísimo. Para el cierre de esta parte, Savatage, por primera vez en Argentina, aportó años de metal y escenario, y el momento más emotivo con el recuerdo de los hermanos fundadores Criss (fallecido en 1993) y Jon Oliva (retirado por problemas de salud).

El sol había bajado y a las 18:55 Europe se adueñó de las tablas para abrir con “On broken wings”, seguido la buena pronunciación en español de Joey Tempest (“¿qué onda Buenos Aires? Esto es lo más”) y el clásico “Rock de night”. El cantante tuvo la mejor onda con una sonrisa permanente y recorrió el escenario y la pasarela principal que se metía en el público, jugando todo el tiempo con el pie del micrófono (también tiró un “la c*nch* de la lora”, a la pasadita).

La lista de temas fue un balance acertado entre grandes éxitos y lo más nuevo, aunque la mayoría de los temas (cuatro sobre doce) fueron del disco The final countdown de 1986. Con el carisma de Tempest y la solidez del resto de la banda, el show siguió con “Walk the earth”, “Scream of anger”, “Sign of the times”, “Hold your head up” y “Carrie”, balada inoxidable que corearon todos (aunque alguno después lo negara haciéndose el duro).

Después del instrumental “Prelude”, tocaron “Last look at Eden”, “Ready or not” (con Tempest en guitarra y la improvisación sobre el “o-lé olé olé olé” de la gente), “Superstitious” (con un pedacito de “Here I go again”, de Whitesnake) y “Cherokee”. El final, valga la redundancia, fue con “The final countdown” y la aparición de Fredrik Akesson de Opeth para el solo de guitarra junto a John Norum. Fin de fiesta, saludos y a esperar a Judas.

Pero Judas no salía y el público se impacientaba, hasta que informaron que Scorpions suspendía y los británicos iban a hacer un show extendido.

Finalmente, a las 20:43 empezó a sonar “War Pigs” de Sabbath, intro y “Panik attack”, mientras caía un telón que descubrió a los cinco músicos agrupados tocando casi pegados a la tarima de la batería. Los Dioses del Metal están presentando su último disco, pero también celebran cincuenta años de carrera, con un Rob Halford indiscutido y con una calidad vocal destacable a pesar de tantos años de trayectoria y 73 en el documento (alguien dijo “¡qué grande Roberto!”). Por eso fueron festejadas y aplaudidas “You´ve got another thing coming”, “Rapid fire”, “Breaking the law” y “Riding on the wind”, sin respiro y al medio de la pera.

El show es impresionante: luces, sonido, los cambios de vestuario de Halford, el logo que se mueve sobre el escenario, la dupla de guitarras de Richie Faulkner y Andy Sneap, la presencia de Ian Hill (el más longevo en la historia de la banda) y la solidez de Scott Travis dándole sin asco a los parches.

Sobre el final de “Turbo lover” apareció en la pantalla una foto del Papa Francisco junto a Lionel Messi, sin mayores explicaciones. Después Halford hizo una especie de monólogo deseando una pronta recuperación a Klaus Meine, reconociendo a los fans como familia y repasando toda la discografía de la banda (bueno, en realidad todos los discos que él grabó porque dejó afuera a los que tuvieron a Tim Reaper Owens como vocalista).

También hubo un homenaje a Glen Tipton en “Victims of changes” y durante el solo de “Painkiller”. Para el final sonaron “Metal gods”, “Heading out the highway”, “Diamonds and rust”, la entrada en moto para “Hell bent for leather” y “Living after midnight”, para cerrar una lista de veintiún canciones en casi dos horas (incluyendo las cuatro agregadas a la lista para el extendido).

Durante la despedida, la frase “the Priest Will be back” brilló sobre las pantallas. Entonces, promesa aceptada…y que sea pronto.

 

Ph: @tutedelacroix

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